+ Y usted, ¿se ha enamorado alguna vez, caballero?
Todo el público se había vuelto hacia él para clavar sus ojos en su roída camiseta y sus pantalones llenos de polvo.
- En efecto, damisela. Todo el mundo ha experimentado ese sentimiento alguna vez, es algo inevitable. Yo sin ir más lejos me he enamorado miles de veces, millones; pero, esta vez vivo más enamorado que nunca, desde el momento en que la vi. Quizá mi fortuna no sobrepase un par de versos mal escritos por este infeliz trovador y en mi maleta no haya más que una vieja guitarra ronca, pero daría todo lo que tengo por ser aquel que la sacara a pasear cada día al atardecer, por despertarme cada mañana y tenerla al otro lado de mi almohada, tan dulce, tan perfecta; por ser el motivo de que luciera deslumbrante en todo momento. Vivo encadenado a un burdo recuerdo, pues mi dama, a pesar de su belleza, no se deja ver con la facilidad con la que acostumbran otras damiselas.
+ Y, ¿podría decirnos el nombre de la afortunada?
- No es otra que su sonrisa, señorita.

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